Deposité ante
tus ojos
las flores más
hermosas
que de mi alma
nacían,
acaricié tu
cielo con las alas
de los ángeles
tristes
que se escondían
y te aguardaban
entre las letras
de la niebla.
Fuiste
madrugadas de lunas rotas,
alba de
silencios en gritos de versos.
Pero nunca
entendiste
que el amor más
inmenso cabe
en una sola de
aquellas flores
de tinta y de rezo
que pisoteaste
entre las hojas
secas de tu invierno.
Fuiste conmigo rama
de esquelético y
mortecino sentimiento…
viento de
lágrima devastador de sueños,
que arrastras
hasta la nada
de la que se alimenta
tu alma…
Adiós, invierno
que arañas y arrebatas los campos
que a mi vida
mecen;
las flores de
mis manos no nacieron
para ser
devoradas por el huracán del odio,
sus pétalos de
lunas, silencios y melancolías
son solo para
los ojos donde habitan
el amor, la
primavera, la poesía…
Macarena Díaz Monrové
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